Padre: “Me hicieron sentir que no valgo”
Desde hace unos días, he tenido situaciones difíciles por problemas de salud y me di cuenta de que necesito pasar más tiempo con Jesucristo en el Sagrario y me encontré con el siguiente pasaje de la Biblia: “Vengan a mi todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviare."
Desde hace unos días, he tenido situaciones difíciles por problemas de salud y me di cuenta de que necesito pasar más tiempo con Jesucristo en el Sagrario y me encontré con el siguiente pasaje de la Biblia: “Vengan a mi todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviare."
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraran alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11, 28-30). Yo mismo me sentía así, cansado, agobiado, necesitaba alivio.
Mientras estaba de rodillas, lo único que le pedía a Dios era que me ayudara a aceptar su voluntad, que me diera la fe que me faltaba para saber que, a pesar de que no estaba bien con lo que me estaba pasando, los planes de Dios son perfectos y, al final de mi vida, entendería los porqués de todo lo que ahora me lastimaba. Justo en ese momento, escuchaba a mis espaldas que alguien estaba llorando, no quise mirar para no molestar, y seguí rezando, ahora también por la persona que estaba detrás de mí.
Al poco rato, la persona se acercó y comenzó a platicarme sus penas, era una persona que trabajaba en el campo y que vino de inmigrante a este país.
Al inicio todo iba muy bien, pero poco a poco, las personas con las que vivía aquí empezaron a cambiar de actitud con esa persona: primero le dijeron que ya no podría comer en la mesa con los demás familiares y que solo podría comer de lo que sobraba; luego, le prohibieron ver la televisión; después, le exigieron que debía de trabajar y darles todo el dinero a ellos y, además, hacer el quehacer de toda la casa… como un esclavo.
Se notaba completamente su tristeza y la manera en que decía que me hacen sentir que no valgo nada. Sufría infinidad de humillaciones y, ultimadamente, pensaba en quitarse la vida. Mas aun por la pandemia y por la depresión que sentía en un país ajeno y en una casa ajena, no era feliz.
Mientras esta persona me contaba sus problemas, me acordaba de otras situaciones que me habían dicho otras personas: “Padre, mi suegra no me acepta, porque no soy legal en este país”; “Padre, mis papas no me quieren, porque no llevo buenas calificaciones en la escuela, como mis otros hermanos”; “ Padre, en mi familia se burlan de mis hijos porque no tienen ropa de marca y hasta en la escuela se burlan de ellos”; “Padre, no me aceptan en ningún lugar, ni en la Iglesia, pues mi esposo me dejo y soy madre soltera”; etc.
Esta es la realidad que pasa en nuestros hogares. Esa discriminación y abuso en las familias se siente más ahora en tiempos de la pandemia. Cosas que un sacerdote oye a diario y que solo puede ser consciente del dolor de la gente. Al terminar de hablar esta persona, mi recomendación fue que nadie tiene el derecho a hacer sentir menos a nadie, pues Dios lo había creado para ser feliz. Le recomendé orar mucho para poder darse cuenta como es que Jesús lo mira con ternura y que es una persona que vale mucho. También le pedí que rezara por la conversión de sus agresores.
Finalmente, esta persona comprendió el valor de no sentirse con baja autoestima, sino que debe de confiar mas en Dios, incluso en situaciones en las cuales no se siente valorado o que se siente que lo menosprecian. Uno se da cuenta de que el cansancio y el agobio que sentimos debe dejarse en las manos de Dios para poder salir reconfortados y poder animarnos a vivir nuestra vida mas llenos de felicidad. ¿Se han sentido alguna vez de esta manera? Recuerden, confianza en Dios y Él nos ayudará siempre. ¡Dios los bendiga!