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 | Padre Gustavo Ruiz

“Felices los que lloran, porque serán consolados” (Mateo 5, 4)

No parece lógico decir que son felices los que lloran. Para entenderlo, hay que tener claro que las lagrimas son efectos de diversas causas: una desgracia, un dolor, una gran alegría o una manifestación de arrepentimiento. En este tiempo, en el cual ya hemos pasado lo peor de la pandemia, entendemos este sentimiento de ser felices al llorar, al ser consolados por Dios.

En la Biblia, muchas veces, se hace hincapié sobre el arrepentimiento por los pecados cometidos, pero también se nos anima a estar motivados durante tiempos difíciles: “El Señor está cerca de los desanimados y salva a los espíritus humildes” (Salmo 34, 18). “Un corazón contrito y humillado, oh Dios, tu no lo desprecias” (Salmo 51, 19). “Dios me envió para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestidos de luto” (Isaías 61, 2-3). “El Cordero que está en medio del trono, será su pastor y los guiará a manantiales de agua viva, y Dios secará toda lagrima de sus ojos” (Apocalipsis 7, 17). “Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros de Yahvé, y digan: Perdona, Yahvé, a tu pueblo” (Joel 2, 17).

También en los evangelios se menciona a personas que lloran por diferentes motivos: Jesucristo, por ejemplo, llora por la muerte de su amigo Lázaro (cf. Juan 11, 33). Luego Jesús llora por Jerusalén, pues no ha aceptado el mensaje de salvación: “Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, Jesús lloró por ella, diciendo ‘¡Si en este día tú también entendieras el mensaje de paz!’” (Lucas 19, 41). San Pedro llora su pecado al negar a Jesús tres veces: “Inmediatamente cantó el gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: ‘Antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres’. Y rompió a llorar.” (Marcos 14, 72). Muchos textos y pasajes de la Biblia nos ilustran el pensamiento de Jesús: “Felices los que lloran, porque serán consolados” (Mateo 5, 4). Llorar de arrepentimiento, por la pérdida de un ser querido, o por la maldad que destruye la paz por alejar a los hombres de Dios, merece el consuelo de Dios. 

Hoy estamos ante un panorama mundial contaminado de la pandemia (y enfermedades comunes que nos llevan a la muerte, como el cáncer) y de crímenes de todo tipo (millones de abortos, balaceras, corrupciones justificadas por ser muy común, escuelas que enseñan antivalores principalmente por excluir a Dios de la mente y del corazón de los alumnos, abusos de niños, secuestros, asaltos y demás violencia que deja muchos muertos por el camino). Este es tiempo de duelo y de acción para detener todo lo que esta perjudicando fuertemente a la humanidad. Llorar y orar, es decir, sentir profundo dolor por lo que pasa, y pedir al Señor que se apiade de nosotros, y nos dé valor para disminuir tanta maldad, es algo necesario para alcanzar el consuelo de Dios. Es desgarrador cuando se pierde a un ser querido y se llora incesantemente por ello. Pero sabemos que Dios nos consuela siempre. 

En el Antiguo Testamento se lloraba por los pecados de la ciudad santa, Jerusalén; hoy debemos llorar y actuar a favor de una Iglesia que va retrocediendo por causa de la pandemia que sufrimos y por causa de las persecuciones, por causa del miedo y por causa de las desilusiones en nuestros lideres espirituales. Gradualmente se han ido vaciando nuestras iglesias; ahora es más difícil interesar a los jóvenes a conocer el evangelio y a tener la experiencia de fe en Jesús; estamos perdiendo mas y mas voluntarios en nuestras parroquias; personas que venían a Misa cada domingo, ahora ya han fallecido y sus familiares ni siquiera saben responder a la Santa Misa y, además, ni se acercan ni les interesa venir a Misa; etc. 

Ya es tiempo de cambiar y pedir el consuelo de parte de Dios ante un mundo que llora por no tener a Dios en sus corazones y por tener solo su confianza en cosas vanas. ¿Cómo podemos ser felices al llorar? Solamente cuando lloramos y desahogamos nuestra tristeza ante Dios, entonces podemos ser consolados por Dios. Dejemos que Dios venga a nuestras vidas para que pueda consolarnos: miren el llanto del inmigrante que deja su casa y su patria, pero que encuentra el consuelo al poder ayudar económicamente a su familia; miren el dolor que causa la muerte de un familiar, pero que podemos encontrar consuelo al saber que ya ha pasado a una mejor vida; miren al servidor de la iglesia que trata de evangelizar demasiado y se topa con la pared de la indiferencia al no poder atraer a mas personas de su familia o de su comunidad a la iglesia, pero que Dios los conforta al encontrar la voluntad de Dios en su vida.

¡Felices los que lloran, porque serán consolados! Esperamos el consuelo de Dios y, al iniciar un nuevo ciclo escolar este Septiembre 2021, pongamos nuestras vidas, las cuales han sufrido y llorado, en manos de Dios. ¡Animémonos en Dios! ¡Dios los bendiga siempre!