La Genealogía de Jesús
Al entrar en la segunda parte del Tiempo de Adviento, el leccionario (que es el libro donde se leen las lecturas de la Biblia en la Santa Misa) nos presenta desde el día 17 de diciembre hasta incluso el 24 de diciembre en la Misa matutina, días a los que la liturgia llama Ferias mayores, textos del Antiguo y del Nuevo Testamento referentes al nacimiento de Jesús. La liturgia nos quiere preparar a la celebración de la promesa ya realizada en el nacimiento del niño de Belén, por eso se acumulan muchas expresiones de fe tanto populares como litúrgicas, por ejemplo, las llamadas “antífonas de la ‘O’”, que se han mantenido vivas a lo largo de muchos siglos y que nos permiten vivir con profundo sentido espiritual la preparación inmediata a la fiesta de Navidad. Estas antífonas las encontramos en uno de los más antiguos documentos de la liturgia romana, en el Responsorial atribuido a San Gregorio I (año 604) y en muchos documentos de la Edad Media.
El itinerario del leccionario que nos interesa en este artículo se hace a partir de las dos secciones de evangelios de la infancia que nos ofrecen respectivamente San Mateo y San Lucas: se trata de ocho días en los que todos los textos litúrgicos están centrados en la preparación del nacimiento de Jesús. El elemento profético-histórico es el núcleo de esta liturgia. La Venida histórica de Dios entre nosotros, en Jesucristo, ha sido la respuesta definitiva a una larga esperanza; la cual, por otra parte, va afirmándose en el presente tiempo de la Iglesia con el gozo y la vivencia de lo que ya es, pero, a la vez que con la tensión hacia aquello que está todavía por ser del todo.
Estos días parecen responder a una cuestión: Cristo vino al mundo de la siguiente manera (Mateo 1, 18). A lo largo de los Evangelios encontramos una serie de preguntas acerca de la identidad de Jesús, que surgen de la sabiduría con la que sus discípulos lo escuchaban hablar, o de cómo lo ven actuar con poderes milagrosos. Así, por ejemplo, cuando en la sinagoga de Nazaret predica ante la gente que lo vio crecer, éstos se preguntan admirados: ¿De donde le viene esta sabiduría…? (Mateo 13, 54) o cuando los apóstoles lo ven calmar la tempestad del mar que los amenaza, también se preguntan: Y ¿quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen? (Mateo 8, 27). La pregunta llega a un cierto culmen cuando después del discurso del Pan de vida, Jesús afirma de sí mismo que ha bajado del cielo (Juan 6, 41). A lo que sus oyentes contestarán: ¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? (Juan 6, 42).
Es en este contexto en el que me gustaría referirme a la genealogía de Jesús que nos presenta el evangelio que leemos en el primer día de las ferias mayores de adviento, esto es el día 17 de diciembre. Y cuya enseñanza en palabras del profeta Isaías es esta: porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos sus caminos (Isaías 55, 8). Dios hace las cosas de una forma muy especial, por lo que partiendo de la enseñanza que nos ofrece la genealogía de San Mateo 1, 1-16 no nos extrañará la forma de cómo Cristo vino al mundo, y cuya señal dada a los pastores será la de un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lucas 2, 12).
La genealogía comienza afirmando Abraham engendró a Isaac, una primera llamada de atención la encontramos inmediatamente, el primogénito de Abraham es Ismael, sin embargo es por Isaac por quien la promesa de Dios se habrá de realizar, algo muy semejante encontramos en el segundo patriarca mencionado, Isaac, de quien se afirma que engendró a Jacob, pero tampoco es el primogénito, sino su hermano Esaú, de quien ya se había profetizado el mayor servirá al pequeño (Genesis 25, 43). Y así podríamos continuar mencionando la forma del cómo se desarrolla esta Historia de la Salvación, que al ser recogida por Mateo nos muestra que Dios no se deja llevar por apariencias y méritos, sino que ve el corazón de la persona (cfr. 1 Samuel 16, 7). Tiempo después el mismo San Pablo contemplando a la comunidad cristiana de Corinto dirá algo semejante de quienes la forman: ¡Mirad, hermanos, quienes habéis sido llamados!, Dios no ha llamado a formar parte de la comunidad cristiana a los sabios, a los poderosos, ni mucho menos a los nobles, según los criterios humanos, sino por el contrario, Dios ha elegido para llamar a su seguimiento, a los ignorantes de este mundo, a los débiles, a los insignificantes, a los despreciados del mundo, a los que valen poca cosa para los ojos del mundo (cfr. 1 Corintios 1, 26-31).
La genealogía que nos presenta Mateo sobre Jesús nos habla de una historia en la que no solamente las decisiones humanas van determinando su avance, sino que es ante todo una historia de salvación en la que Dios por medio de los acontecimientos de la vida cotidiana va llevando adelante su plan de manifestar al mundo su bondad y benevolencia hasta llegar a su meta, en este caso será el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham del nacimiento de Jesús, llamado Cristo por quien serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. En cierta forma nosotros hemos perdido la historia de nuestra familia, ya no conocemos mucho de la historia de nuestros bisabuelos, o de generaciones anteriores, y de los que sin embargo somos herederos de una tradición, de ellos hemos recibido los valores humanos y cristianos que sostienen nuestra familia, la fe que a nosotros ha llegado y que, en nuestros familiares, que nos han antecedido, no es una teoría sino una historia viva de salvación. Por esto, en esta Navidad realmente tenemos motivos para felicitarnos unos a otros: por el don del nacimiento de Jesús y por el don de nuestra vida y la de nuestros antepasados. ¡Dios los bendiga!