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 | El Obispo Ricardo E Pates

Un paso crucial hacia adelante

Entre las amistades privilegiadas que he disfrutado a lo largo de los años fue con el Monseñor Frank Gilligan. Monseñor fue uno de los tres sabios del Este en la Arquidiócesis de San Pablo y una leyenda de Minneapolis. Eran tres sacerdotes de la Diócesis de Fall Rivers, Massachusetts, que era abundante en vocaciones, y se inscribieron en una arquidiócesis que estaba en pleno desarrollo durante la década del 1930. La arquidiócesis necesitaba muchas importaciones para satisfacer los requisitos de una Iglesia que estaba expandiendo aceleradamente.

Monseñor era de estatura delgada y medía unos 5 pies, 5 pulgadas. Era efervescente. Logró un doctorado en teología moral en la Universidad Católica; el título de su tesis fue: “The Morality of the Color Line” (“La Moralidad de la Línea de Color”). Un defensor inquebrantable de la justicia social y, en particular, justicia racial, el monseñor no temía usar sus poderosas cuerdas vocales en defensa de los negros. En su tiempo, él era un profeta; era un líder sin temor.

Un ejemplo de su labor constante para lograr el cambio fue un incidente con Clarence Mitchell, un líder afroamericano de la NAACP y su primer secretario laboral, que vino a St. Paul para un evento. El monseñor personalmente había reservado una habitación a nombre de Clarence en el Hotel St. Paul. Lo volvió a confirmar. Le aseguraron que había mucho espacio.

Cuando el Sr. Mitchell se presentó para registrarse en su habitación, el oficinista insistió: “Debe haber un error terrible. Desafortunadamente, no hay una habitación disponible para usted.” Observando la escena desde la vuelta de la esquina estaba el monseñor que rápidamente salió y con su voz imponente y sin reservas soltó: “¿Qué quieres decir con que no hay lugar?” A continuación, produjo los documentos y la información reconfirmando la reservación. Como resultado de una conversación rigurosa con el gerente del hotel, resultó que sí había una habitación disponible para el Sr. Mitchell.

Al igual que Monseñor Gilligan, habían muchos clérigos y laicos que no temían reclamar los derechos civiles de sus hermanas y hermanos negros y se arriesgaron para lograr una garantía de estos derechos.

La llegada del barco transportando a los primeros esclavos a los Estados Unidos fue en el Puerto de Jamestown en la Colonia de Virginia el 20 de agosto de 1619. Eran pueblos de habla Kimbundu del reino de Ndongo. La esclavitud y sus nietos —segregación, discriminación, racismo, la brutalidad policiaca — constituyen lo que se ha denominado como “el pecado original y permanente de los Estados Unidos” nacieron entonces.   

 En los tiempos contemporáneos, este mal generalizado ha sido abordado una y otra vez. Rosa Parks afirmó su dignidad y se sentó en la parte delantera del autobús donde era considerada “indigna.” En la decisión de la Corte Suprema, Brown v. Board of Education — la segregación escolar fue declarada inconstitucional. El presidente Lyndon Johnson dirigió la nación durante la implementación de la Ley del Derecho al Voto de 1965. Es una legislación histórica que prohíbe la discriminación racial en el voto.

Martin Luther King Jr. fue el santo patrón de la justicia racial durante esta época. Defendió la igualdad racial de todo ser humano ante los ojos de Dios. Lo que más se destacó fue su metodología para lograr el progreso: la no violencia. Esa forma de actuar está en el corazón del cristianismo.

Me dolió profundamente al mirar desde la sala de mi casa en Minnesota la muerte violenta de George Floyd. Un policía blanco apretó despiadadamente su rodilla en el cuello de un hombre negro durante ocho minutos y 46 segundos. Lo que nació fue un catalizador, George Floyd, quien en la entrega de su vida impulsó un gran paso en la marcha para poner fin al racismo, un mal intrínseco que es siempre errado.

Para las comunidades negras e hispanas, se ha creado un movimiento de liberación a partir de la opresión del racismo que prevalece en la institución de las fuerzas policiales. Esta liberación es un avance significativo en el camino de la justicia racial.

Para una gran cantidad de la comunidad blanca, ha sido la liberación del mal que reside en nuestros corazones a veces imperceptiblemente. La luz descarada de la verdad brilló. Se escuchó un llamado a la conversión. Se necesita una vez más el cambio institucional. Si el socio a la conversión, la acción, es auténtico, requiere un compromiso inquebrantable.

Sin duda, somos los beneficiarios del compás moral de los héroes como Monseñor Gilligan. Qué seamos valientes en nuestro tiempo al siempre elegir hacer lo correcto.