Un ministerio a los enfermos es un ministerio de presencia
Creo que todos estaríamos de acuerdo en que estar enfermo no es divertido. Estar hospitalizado por enfermedad y cirugía es aún menos divertido. La enfermedad o la hospitalización pueden traer consigo todo tipo de estrés. Nos preguntamos si alguna vez nos sentiremos mejor. Pensamos en nuestra mortalidad. Los tiempos de enfermedad pueden sacar a relucir algunas de nuestras emociones más profundas y, a veces, podemos decirle cosas a otros, especialmente al personal del hospital, a los familiares y amigos, en formas que de otra manera nunca hablaríamos. La enfermedad no es una experiencia fácil porque nos hace vulnerables en muchos niveles.
Los tiempos de enfermedad también nos pueden hacer difícil orar. No es que no nos demos cuenta de la necesidad de la oración, pero estar enfermos y cansados puede hacer difícil que cualquiera de nosotros encuentre las palabras para la oración. Cuando es difícil orar, podemos sentirnos aislados fácilmente de Dios. Si nos sentimos aislados de Dios, también podemos sentirnos aislados de la Iglesia y de la comunidad humana que representa. Los tiempos de enfermedad, especialmente los de enfermedad crónica o grave, pueden hacernos sentir muy solos, incluso cuando podría haber otros cerca.
A través de mis años de ministerio sacerdotal, he llegado a comprender que una de las formas más valiosas de ministerio que puedo ofrecer es visitar a aquellos que están hospitalizados o confinados en sus hogares. Lo que he descubierto es que la mayoría de las veces lo único que tengo que hacer es aparecerme allí y Jesús hace el resto.
Aunque llevo conmigo el Óleo para los Enfermos, así como la Eucaristía, muy a menudo simplemente llamando a la puerta y entrando a la habitación donde alguien está enfermo puede ser suficiente para traerles una sensación de paz y conexión. Con un simple saludo, unas pocas palabras de oración y una breve conversación, Jesús entra en la habitación y se abre camino hacia la situación que enfrenta el que está confinado en su hogar o hospitalizado. La señal de la cruz trazada en una frente y las manos levantadas en oración puede romper las capas de aislamiento que siente el otro, proporcionando un sentido necesario de ser parte de la comunidad humana, la familia de Dios, la Iglesia.
A medida que las poblaciones de nuestra parroquia continúan envejeciendo, el ministerio a los confinados en casa y hospitalizados es cada vez más crítico. Las estructuras familiares no son las mismas que antes. No es raro que los hijos adultos se hayan mudado y que los apoyos familiares sean menos tangibles. La tecnología como los teléfonos celulares ayuda, pero es cada vez más común que nuestros feligreses mayores vivan solos. Al mismo tiempo, los miembros de nuestras comunidades parroquiales pueden ofrecer un apoyo invaluable visitando y orando con aquellos que están hospitalizados o confinados en sus hogares. Este tipo de ministerio usualmente requiere un poco de entrenamiento, pero sobre todo requiere el don de nuestro tiempo, nuestra fe y nuestra disposición para simplemente aparecerse allí y. Jesús hará el resto.
Y así, nuestro jornada en la FE continúa.