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Por Obispo Earl Boyea

Ministrando a nuestros hermanos y hermanas

Permítame escribir brevemente acerca de dos partes importantes de mi ministerio como su obispo: la visita a los que están encarcelados y a nuestros trabajadores migrantes, dos temas desarrollados extensamente en este número de la revista FAITH. Espero que esto pueda motivar a algunos de ustedes a participar en estas obras de misericordia corporales/espirituales.

Tenemos, como ustedes saben, muchas cárceles del condado. Sacerdotes, diáconos y laicos locales las visitan regularmente. Hemos encontrado que algunos alguaciles del condado son más complacientes que otros, pero aquellos que visitan y llevan la Santa Comunión a los prisioneros reportan una gran satisfacción espiritual. También tenemos una penitenciaría federal en nuestra diócesis, en Milan. Mi misa anual y mi visita allí es una gran gracia para mí. Los hombres allí están tan agradecidos algo que me llena de humildad. Nuevamente, el clero local y los laicos cubren las misas regulares y visitan el resto del año. Particularmente disfruto la confirmación ocasional aquí y en las otras prisiones.

También tenemos varias instituciones penitenciarias estatales, muchas de ellas ubicadas cerca de Jackson y Adrian. Nuevamente trato de llegar a cada uno de estas una vez al año. Tenemos una prisión para mujeres ubicada cerca de Ann Arbor, la cual visité por primera vez el año pasado. Pensé que las mujeres allí eran visitadas por un obispo de Detroit, ya que la mayor parte de la participación laica proviene de la Arquidiócesis de Detroit. Al descubrir que no ha sido así, sentí un profundo remordimiento, especialmente cuando una señora me dijo que había estado allí durante más de 30 años y que no había visto un obispo. ¡Mea culpa!

Otra parte hermosa del ministerio de esta diócesis es nuestro servicio a los numerosos trabajadores migrantes que prestan servicios en las muchas fincas grandes, especialmente en los condados de Livingston, Lenawee y Clinton. Mi español es bastante pobre, lo que hace que el trabajo realizado por tantos voluntarios me resulte bastante impresionante; no dejan que el lenguaje sea una barrera. Intento imitarlos.

El Diácono Ray Pizana y su esposa, Grace, han estado envueltos en este ministerio durante muchos años. Su amoroso trabajo fue reconocido por el Santo Padre en 2012 cuando ambos recibieron la Medalla Benemerenti de Roma. Por supuesto, no hacen este generoso regalo de sí mismos por una medalla sino por amor.

Sus vidas y las vidas de tantos migrantes y prisioneros nos llaman a todos a compartir de nosotros mismos con aquellos a quienes Jesús llama sus hermanos y hermanas. Dios nos dé la gracia de responder generosamente.