El Espíritu Santo nos mueve del miedo al amor y a la acción
Pentecostés siempre ha sido uno de mis días favoritos en la Iglesia Católica. Esta solemnidad hace eco en toda la Iglesia con auras de esperanza y de vida. Proclama audazmente que con Dios todas las cosas son posibles.
Hay tantas representaciones hermosas del Espíritu Santo, algunas son llamas de fuego y en forma de paloma. También me atrae la representación del Espíritu Santo como viento, específicamente como se describe en la oración matutina en la Liturgia de las horas: "Padre de luz, de quien proviene todo buen don, envía tu Espíritu a nuestra vida con el poder de un viento poderoso y por la llama de tu sabiduría abre los horizontes de nuestras mentes."
Muchas veces he sentido ese poder.
Fui ordenado sacerdote en el fin de semana de Pentecostés, el 21 de mayo de 1994. Al día siguiente celebré mi primera misa. Nunca olvidaré la alegría y el júbilo que sentí y secretamente deseaba que mis vestiduras rojas ocultaran mis nervios mientras celebraba el santo sacrificio de la misa por primera vez. Me sentía muy agradecido por la presencia y muestra de apoyo del clero, los religiosos y laicos, que junto a mi familia y amigos, me rodeaban con sus oraciones, apoyo y felicidades. Al mismo tiempo, yo estaba muy consciente de la presencia del Espíritu Santo guiándome y encaminándome cuando tomé mis primeros pasos después de la ordenación.
Existe la tentación de leer la Biblia como un libro de historia. Si bien ciertamente contiene registros de nuestra historia de salvación, también es la Palabra viviente de Dios. Por lo tanto, Pentecostés no sólo conmemora al Espíritu Santo descendiendo sobre los apóstoles en Jerusalén hace más de 2,000 años, sino que también nos ayuda a celebrar que el mismo Espíritu Santo está verdaderamente vivo y continúa guiándonos y encaminándonos. Como dijo el Papa Francisco: "El Pentecostés del Cenáculo de Jerusalén es el comienzo, ¡un comienzo que perdura!”
Desde mi llegada a la Diócesis de Joliet, ha sido mi alegría y honor celebrar el sacramento de la confirmación en muchas de nuestras parroquias. Justo antes que los candidatos a la confirmación se acercan a mí para el sacramento, los animo a que se presenten con corazones abiertos y pacíficos.
Reconozco que, a medida que crecen, sus vidas se volverán más complicadas y complejas. Más que nunca, es alentador saber que están recibiendo el mismo Espíritu Santo que movió a los apóstoles del miedo al amor y a la acción. Por lo tanto, invito a los candidatos a orar para que reciban este mismo Espíritu Santo en sus mentes, cuerpos y almas.
En el sacramento de la confirmación, una vez que estamos "sellados con el don del Espíritu Santo," somos impulsados a vivir y compartir nuestra fe con nuestras palabras, actitudes y acciones. Ser confirmado nunca debe confundirse con una graduación, porque no es la culminación de nuestra fe. En cambio, es el próximo capítulo de una vida entera de estar encendidos para el Señor. Esto es lo que significa ser un discípulo misionero – que, con el Espíritu Santo, sigue aprendiendo de Dios; comparte y enseña a los demás acerca de Él; orar, amar a Dios y al prójimo; y poner nuestra fe en acción.
Un Iglesia llena del Espíritu Santo es una Iglesia:
- Santa y sagrada
- Vibrante y próspera
- Misericordiosa y compasiva
- Esperanzada y gozosa
- Orante y de alabanza
- Dadivosa y generosa
- Atiende a las necesidades de los demás, especialmente de los más pequeños de nuestros hermanos y hermanas.
Creo que siempre amaré a Pentecostés, un día especial que no solo vive en la historia bíblica. Más bien, el Señor prometió que el Espíritu Santo perpetuamente traería vida a la Iglesia hoy y para siempre. Como dijo San Juan Pablo II muy acertadamente, “tenemos el derecho, el deber y la alegría de decir que Pentecostés continúa.”
Así que, al celebrar el nacimiento de la Iglesia, oremos, "¡Ven Espíritu Santo, ven!"