Share this story


 | Obispo Thomas A. Daly

El Don de la Fe

A medida que se acerca la época navideña, nuestros pensamientos se vuelven hacia Cristo y hacia su nacimiento. Pero, incluso los más piadosos entre nosotros también pensarán en los regalos navideños que daremos y que recibiremos. ¿Qué voy a comprarle a mi sobrino, a mi hermana, o a mi amiga? La época navideña tiene amplias tradiciones tanto religiosas como seculares, y en este año, tan afectadas por la pandemia COVID-19, muchas de esas tradiciones están en espera o han cambiado significativamente. Sin embargo, muchos todavía intercambiarán regalos. Un don que ha estado en mi mente es el don de la fe.

A menudo pensamos en la fe como una cuestión de creencias, y eso es, sin duda, un aspecto de lo que significa la fe, pero el Catecismo de la Iglesia Católica puede ayudarnos a entender la fe más completamente.

En el párrafo 153, el Catecismo nos dice que “cuando San Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo, Jesús le declaró que esta revelación no vino ‘de la carne y de los huesos’, sino de ‘mi Padre que está en los cielos’. La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él. ‘Antes de que se pueda ejercer esta fe, el hombre debe tener la gracia de Dios para moverlo y ayudarlo; debe tener la ayuda interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón y lo convierte a Dios, que abre los ojos de la mente y hace que sea fácil para todos aceptar y creer la verdad.’”

Si la fe es un don de Dios, naturalmente podemos preguntar “¿cómo recibo este don?” La Iglesia nos dice en el Catecismo que “el bautismo es el sacramento de la fe. Pero la fe necesita a la comunidad de creyentes. Sólo dentro de la fe de la Iglesia cada uno de los fieles puede creer.” (CIC, 1253). En nuestro bautismo, recibimos el don de la fe. En ese momento, esta fe no es completa, madura o entera, sino un comienzo. Esta fe es una gracia sobrenatural que orienta nuestro corazón hacia la creencia en Dios.

El don de la fe prepara nuestro corazón para la acción humana de la fe (Cf. CIC, 154-155). La fe debe vivirse y encenderse para permitirnos acercarnos más a Dios. Así como una relación entre un esposo y una esposa puede marchitarse si no hay conversación entre ellos, o no hay vida compartida, esto también es cierto de nuestra relación con Dios. Tenemos que pasar tiempo hablando con Dios y leyendo su palabra en las Sagradas Escrituras. Sin ese tiempo para escuchar y hablar a Dios, lucharemos por mantener nuestro don de fe ardiendo brillante y podemos terminar escondiendo esa llama of fe bajo una canasta de arbustos (Cf. Mateo 5, 13-16).

En este tiempo de pandemia, cuando tantos todavía son incapaces de frecuentar los sacramentos debido a su propio alto riesgo o el riesgo de un miembro de la familia, puede ser difícil nutrir ese don de fe. Además, en este turbulento tiempo político, puede ser fácil dejar que la política ocupe el lugar en nuestro corazón destinado únicamente a Cristo, sin tener en cuenta ese don de la fe. A la luz de las presiones que nuestra propia fe puede estar enfrentando durante el invierno, los animo a todos los católicos de nuestra diócesis a no sólo recordar el gran don de la Encarnación de Cristo, sino también a recordar ese don de fe que recibimos en el bautismo, el mismo bautismo que nos une hoy con el Cuerpo de Cristo aquí en la tierra. En este mes diciembre, tómate el tiempo para nutrir tu propia fe a través de la oración, del estudio, de la caridad y del sacrificio. Conéctate con otros católicos en la Santa Misa o a través de una llamada telefónica, continuando buscar la comunidad que ha sostenido nuestra fe.

Espero y ruego que esta época navideña, aunque sea tan diferente, sea una época de gran bendición para todos ustedes.

¡Dios los bendiga y Feliz Navidad!