Caminando con Cristo Resucitado
Durante este tiempo de la Pascua de Resurrección, proclamamos con valentía que ¡Cristo ha resucitado! Celebramos que Jesús está verdaderamente vivo y que nos acompaña. Es Su Pasión, Muerte y Resurrección lo que nos da la bienvenida a una vida nueva y eterna.
¿Cuál es tu Escritura favorita que es proclamada tradicionalmente durante el Tiempo de Pascua? Yo tengo muchas por la naturaleza radical y transformadora de estos días litúrgicos. Una de mis favoritas, sin embargo, es el camino a Emaús.
Mientras los discípulos de Jesús caminaban hacia Emaús, hablaban sobre la muerte y la pasión del Señor. Habían esperado un Mesías y estaban decepcionados por su muerte. Ellos no entendían la crucifixión o la resurrección y habían decidido literalmente encontrar un nuevo camino en la vida. Es importante señalar que, en lugar de caminar hacia Jerusalén, habían decidido caminar lejos de Jerusalén. En otras palabras, habían decidido darle la espalda a Jesús y llevar sus vidas en otra dirección.
En algún momento de nuestras vidas, muchos de nosotros nos enfrentamos con el mismo dilema que los discípulos en el camino a Emaús: "¿Continúo caminando hacia y con Jesús o me alejo de Jesús?" O incluso podríamos decir, "¿Me quedaré y seguiré a Jesús en la Iglesia? ¿O lo dejo y me voy?"
En los más de 26 años de mi sacerdocio, tuve la suerte de haber pasado cinco años en la facultad del Seminario Mundelein en la Universidad St. Mary of the Lake. Durante mi tiempo allí, nunca olvidaré a un seminarista que compartió una poderosa historia conmigo.
Después de muchos años de discernimiento, él solicitó al Seminario Mundelein y fue aceptado para estudiar para ser sacerdote de su diócesis. El día de su mudanza, de repente se inundó de dudas. “¿Qué pasa si estoy tomando la decisión equivocada? ¿Qué pasa si yo malinterpreté y esa no era realmente la voz de Dios que escuché llamándome a estudiar para el sacerdocio? ¿Qué pasa si no soy lo suficientemente inteligente para pasar los cursos de teología? ¿Qué pasa si no soy feliz?"
A medida que esas preguntas de "qué pasaría si" seguían inquietándolo, continuó conduciendo su auto hacia el seminario, confiando en el Señor.
Al acercarse a la entrada del seminario en la Ruta 176, volteó rápidamente en sentido contrario hacia la entrada del Colegio Secundario Carmel, ubicado al cruzar la calle. Sentado en su coche al otro lado de la calle del seminario, miró los portones imponentes y se preguntó: "¿Entro? ¿O simplemente me voy?"
Dijo que sintió que estuvo sentado allí una eternidad, sudando y contemplando su futuro. De repente, fue sacudido de su trance por el sonido de las campanas de la capilla del seminario, sonando en la distancia. En ese momento, se dirigió al Señor en oración y le preguntó: "¿Qué quieres de mí?" Admite que no escuchó una voz decir, "Ven, sígueme." En cambio, sintió una profunda paz que le aseguró que estaba bien entrar en el seminario y dar el siguiente paso. Con eso, se dirigió hacia los terrenos del seminario.
Continuó discerniendo y permitiendo que el Espíritu Santo lo llevara y lo guiara a lo largo de sus años de formación y estudios. Me complace informar que fue ordenado y sigue manifestando gran gozo en su sacerdocio. No sólo está agradecido por el llamado de Dios al sacerdocio, sino que también se siente aliviado de que, acompañado de Jesús, volteo hacia el seminario en ese día providencial.
En el camino a Emaús, fue Jesús quien caminaba y hablaba con los discípulos. Sin embargo, no lo reconocieron hasta el compartir del pan. En ese momento sus ojos se abrieron y exclamaron: "¿No estaban nuestros corazones ardiendo dentro de nosotros mientras él nos hablaba en el camino?" (Lucas 24:32). Movidos con la presencia de Cristo, se voltearon y caminaron de regreso a Jerusalén. En pocas palabras, volvieron a seguir a Cristo y a compartir ansiosamente la Buena Nueva.
Todos tenemos nuestras propias preguntas sobre "¿Y qué tal si?" acompañados de dudas y desaliento en nuestras vidas. Espiritualmente, si alguna vez nos enfrentamos a un momento en el que nos sentimos tentados a apartarnos de Jesús o de su Iglesia, nos inspiramos en el camino a Emaús y caminamos unos con otros, mientras nos nutrimos al compartir el pan, la Eucaristía, y recordemos que nunca estamos solos. Nunca estamos abandonados. Jesús nos acompaña en el camino. Él es nuestra esperanza y salvación. Por cierto, ¡Cristo ha resucitado!