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 | Padre Gustavo Ruiz

Nuestra Navidad

En estos días nuestro mundo está sumergido en una corriente consumista que poco tiene de católico. Recordemos el verdadero significado de la Navidad y preparemos nuestros corazones como un pesebre adecuado para que Nuestro Señor repose en él.

La fiesta de Navidad fue instituida por la Iglesia en el siglo IV y es originaria de la Iglesia Católica Latina y más propiamente de la Sede Apostólica de Roma. Recordemos que hay otras Iglesias Católicas en otros ritos (Iglesia Católica Latina, Iglesia Católica Copta, Iglesia Católica de Armenia, Iglesia Católica Bizantina etc.) y que nosotros pertenecemos a la Iglesia Católica Latina.

Por falta de documentos exactos sobre el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, no existe una certeza absoluta acerca del año en la que fue instituida la Navidad en la Iglesia Católica. Hay pruebas del este griego y del oeste latino donde los católicos intentaban averiguar la fecha del nacimiento de Cristo mucho antes de que lo empezaran a celebrar de una forma litúrgica, incluso en los siglos II y III. De hecho, las pruebas indican que la atribución a la fecha del 25 de diciembre fue una consecuencia de los intentos por determinar cuándo se debía celebrar su muerte y su resurrección.

La Navidad se celebra el 25 de diciembre. La Navidad no es el 24 de diciembre (donde se celebra solo la Misa de la Víspera de Navidad), sino que el día del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo es el 25 de diciembre.

Eso sí: La Navidad no es la celebración de una fecha, sino de un hecho, el nacimiento del Salvador del mundo. Este evento es absolutamente decisivo en la historia de nuestra salvación. Es entonces una conmemoración del significado de ese hecho.

Se lee en las profecías: Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; le ponen en el hombro el distintivo del rey y proclaman su nombre: “Consejero admirable, Dios fuerte, Padre que no muere, príncipe de la Paz.” (Isaías 9, 5)

Ese hecho fue de tal magnitud que todo el cielo lo celebró: De pronto una multitud de seres celestiales aparecieron junto al ángel, y alababan a Dios con estas palabras: “Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia”. (Lucas 2, 13-14) Nosotros, los beneficiados con este hecho, tenemos no solamente motivos sino una verdadera obligación de celebrarlo.

Como lo importante es el significado, todo lo anterior se resume en que debemos ser conscientes de que hubo un día en el que Dios encarnado llegó a nuestras vidas, las cuales deben estar listas para fructificar bajo su luz (“Yo soy la luz del mundo” dijo Jesús en Juan 8, 12), de aquí que la temporada del Adviento sea de penitencia y reflexión (ese es el sentido del color morado en las vestiduras de los sacerdotes en las Misas, el mismo color de la cuaresma).

Ahora depende de nosotros custodiar esta fiesta tan importante de nuestra fe que es la Navidad o el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Volvamos la mirada al pesebre. Es tiempo de preparar los corazones ante la llegada del Verbo Encarnado. La Navidad es la bienvenida del Niño de Belén. ¿Cómo podemos celebrar este hecho, este acontecimiento en nuestras casas y en nuestras Iglesias? Con la fe y la devoción de María Santísima y de San José, los cuales fueron testigos reales del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Estamos listos para nuestra Navidad! ¡Dios los bendiga!