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Por El Obispo Earl Boyea

La Eucaristía – La fuente del perdón, la sanación y la gracia

Recientemente, alguien me preguntó por qué debería seguir siendo católico, dado el pecado y la corrupción presentes en el clero y otros líderes de nuestra Iglesia. Mi respuesta fue sencilla: "Por la Eucaristía". En el Evangelio de Juan, capítulo 6, después de que Jesús explicara cómo su carne y sangre serán nuestra comida, y muchos de sus discípulos se alejaron de él debido a esto, preguntó a los que se quedaron: “‘¿Acaso también ustedes quieren irse?’ Simón Pedro le respondió: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna’”.

Si yo fuera Dios, no habría confiado esta tarea sagrada de la Eucaristía (o del perdón de los pecados, en realidad) a un grupo de pecadores débiles. ¡Debería haber escogido ángeles! Sin embargo, Dios colocó este ministerio en estas vasijas de barro, probablemente para indicar que no fueron la fuente de tales dones maravillosos, sino fue Jesús. Su cuerpo y su sangre vienen a nosotros a través de los pecadores, pero son tesoros divinos del mismo Señor Jesús. Donde podamos encontrar una manera diferente o "mejor", esta es la forma en que eligió permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos.

Ahora, esto nunca es una excusa para la tolerancia de la inmoralidad entre el clero. ¡Muy por el contrario! Estar en el lugar de Jesús supone una mayor carga para vivir su vida casta, su vida simple, su vida obediente en la presencia del pueblo de Dios. Soy un pecador. Regularmente voy a la confesión. Me arrepiento. Pero sobre todo, realmente quiero llegar al cielo, ser un santo. Mis esfuerzos son siempre muy débiles, pero oro diariamente por la gracia de Dios para que sea lo que me ha llamado a ser.

Nosotros los sacerdotes no estamos obligados a celebrar misa todos los días. Sin embargo, así lo hago. La celebro y necesito continuar con esta práctica, ya que la Eucaristía diaria es la única fuente de perdón, sanidad y gracia que siempre me moverá lentamente hacia el premio de ser como Jesucristo. Ya que no hay otro nombre por el cual somos salvos, sin esa gracia ganada por Cristo todos estaríamos apuntando al infierno.

Así pues, es tanto más notable que Jesús nos dio su cuerpo y sangre en el curso de una comida y un sacrificio en la cruz. Este acto de amor por nosotros que no merecemos y el que Jesús nos llame sus amigos son consuelos tremendos en este mundo. No puedo vivir sin ellos y, por lo tanto, no puedo alejarme. Y, francamente, me siento atraído por él que ha elegido amarnos tanto. Quiero ser uno con Jesús. Esa es una razón más que suficiente para que yo siga siendo católico y siga tratando de serlo cada vez mejor.